DOSSIER:
FERNANDO VII Y LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN EN ESPAÑA
PRESENTACIÓN
Entre 1808
y 1833, el tiempo del reinado de Fernando VII, la monarquía española
sufrió una transformación extraordinaria. Los cambios fueron muy
acusados en todos los órdenes y se produjeron en unas
circunstancias tan enmarañadas y trágicas que dotan a este
periodo de unos rasgos específicos cuya interpretación y
explicación se ha mostrado tarea compleja. De la “España de
Fernando VII”, como denominó a este tiempo Miguel Artola en un
libro convertido en referencia obligada, no han dejado de ocuparse
los historiadores. Sin embargo, la atención ha sido selectiva,
pues mientras abundan los
estudios sobre la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz,
los relativos a la independencia de los territorios que
constituían el imperio americano, al Trienio Liberal o, últimamente,
en torno al intenso debate ideológico y político mantenido
durante la época (aspecto este último en el que la historiografía
ha ofrecido recientemente frutos extraordinarios), sobre otros
aspectos la información
disponible se estima insuficiente. Tal cosa ocurre, por ejemplo,
en lo concerniente al denominado “primer reinado de Fernando
VII”, esto es, los
primeros meses tras su ascenso al trono (marzo-abril de 1808), o
al golpe de Estado de 1814, o al decenio que siguió en 1823 al
desmantelamiento del sistema constitucional, cuya denominación es
objeto de distintas propuestas, lo que por sí mismo indica la
divergencia en la interpretación. Historiadores con oficio,
especialmente españoles e hispanistas franceses, han realizado
aportaciones valiosísimas sobre todo ello, pero aún resta mucho
por saber para explicar esa España que aparece, en algunos
lugares, con tintes predominantemente oscuros y, en otros, con una
vitalidad en cierto modo insospechada, imprescindible para
comprender, desde la óptica de la larga duración, la construcción
del Estado liberal y la implantación del capitalismo en nuestro
país.
Si
las carencias de conocimiento sobre la España de Fernando VII son
apreciables, resultan clamorosas en lo relativo a la persona del
propio monarca y, aún más –como ha puesto de manifiesto su último
biógrafo y excelente conocedor de su tiempo, el profesor Rafael Sánchez
Mantero- si se intenta responder a una cuestión completamente
pertinente: saber en qué medida Fernando VII contribuyó al
cambio producido en España durante su reinado. Me atrevería a
decir que en este punto todavía estamos muy lejos de “la verdad
histórica”. Y ello se debe, en buena medida, a la ausencia de
biografías bien documentadas sobre el monarca, como no dejan de
señalar cuantos se ocupan de su reinado. La información sobre la
vida de los reyes españoles de los dos últimos siglos es más
bien magra y la disponible, salvo contadas excepciones, si no está
seriamente salpicada por tintes hagiográficos, está orientada
por una interpretación forzada, cuando no queda
trufada de multitud de datos inexactos y de confusas anécdotas
insignificantes. Tratándose de Fernando VII esta constatación es
palmaria.
La
trayectoria vital de este rey, cuya actitud personal ha sido
caracterizada con agudeza y exactitud
por Ángel Martínez de Velasco como “de defensa embotada
o de resistencia pasiva”, sumamente influenciable por su
entorno, cuya infancia fue muy triste y estuvo controlada hasta la
asfixia por eclesiásticos, campechano y brutal en su
comportamiento personal y en el ejercicio de su poder, se
desenvolvió en una permanente contradicción. Amado hasta la
idolatría en 1808, como recuerda Mesonero Romanos, atento testigo
de cuanto sucedía en Madrid, ha sido objeto, sin embargo, de los
juicios negativos más severos y de las diatribas más agrias por
parte de casi todos. El rey “deseado” y odiado por
antonomasia, no ha encontrado defensores de su persona, ni
siquiera entre los historiadores y ensayistas que han intentado
ofrecer una interpretación benévola de la política de su tiempo
y se han esforzado por justificar algunas de su decisiones como
monarca. Tampoco las halló entre sus más íntimos, a juzgar por
determinados testimonios, como los de sus propios padres o los de
su primera esposa, Mª Antonia de Nápoles, que lo describió, en
el momento de su matrimonio en 1802, como persona fea y sin gracia
física o moral, bruto, rechoncho, de piernas curvas y voz aguda
sumamente desagradable, antipático y completamente imbécil.
En mayo de 1808, cuando los españoles
se levantaron en armas para mantener su independencia,
la nación entera, como una sola voz –así quedó
reflejado en todas las proclamas de las Juntas y en multitud de
folletos y artículos periodísticos- se aglutinó en torno a él
y lo convirtió en símbolo de la monarquía y en la personificación
del Bien frente al Mal interior (el gobierno despótico de Godoy)
y exterior (el tirano Napoleón) y, sin embargo, durante las
escasas semanas en que había ceñido la corona no había dado
prueba alguna, sino todo lo contrario, de buen gobierno. Fue rey
constitucional y rey absoluto, de acuerdo con el momento político;
su reinado está jalonado de golpes de Estado y de coyunturas trágicas
y, a pesar de todo, en el momento de su muerte mantenía firme su
autoridad, de modo que, como ha observado Jean-Philippe Louis,
puede decirse que logró su objetivo vital básico: conservar el
poder absoluto.
En
opinión de Carlos Seco, Fernando VII es “un caso único”
entre los reyes españoles de los tres últimos siglos. Merece la
pena desentrañarlo y explicarlo, así como cuanto ocurrió en su
tiempo. El propósito de Hispania Nova consiste, sencillamente, en
contribuir a ello, prestando especial atención a la investigación
empírica, pues los archivos españoles (también muchos
extranjeros, sobre todo los franceses, pródigos en noticias sobre
esta época) están en buena medida por explorar.
Emilio
La Parra López
Universidad
de Alicante
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