HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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NUMERO 3 (2003)

DOSSIER: FERNANDO VII Y LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN EN ESPAÑA


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          Entre 1808 y 1833, el tiempo del reinado de Fernando VII, la monarquía española sufrió una transformación extraordinaria. Los cambios fueron muy acusados en todos los órdenes y se produjeron en unas circunstancias tan enmarañadas y trágicas que dotan a este periodo de unos rasgos específicos cuya interpretación y explicación se ha mostrado tarea compleja. De la “España de Fernando VII”, como denominó a este tiempo Miguel Artola en un libro convertido en referencia obligada, no han dejado de ocuparse los historiadores. Sin embargo, la atención ha sido selectiva, pues mientras abundan  los estudios sobre la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz,  los relativos a la independencia de los territorios que constituían el imperio americano, al Trienio Liberal o, últimamente, en torno al intenso debate ideológico y político mantenido durante la época (aspecto este último en el que la historiografía ha ofrecido recientemente frutos extraordinarios), sobre otros aspectos la  información disponible se estima insuficiente. Tal cosa ocurre, por ejemplo, en lo concerniente al denominado “primer reinado de Fernando VII”, esto es,  los primeros meses tras su ascenso al trono (marzo-abril de 1808), o al golpe de Estado de 1814, o al decenio que siguió en 1823 al desmantelamiento del sistema constitucional, cuya denominación es objeto de distintas propuestas, lo que por sí mismo indica la divergencia en la interpretación. Historiadores con oficio, especialmente españoles e hispanistas franceses, han realizado aportaciones valiosísimas sobre todo ello, pero aún resta mucho por saber para explicar esa España que aparece, en algunos lugares, con tintes predominantemente oscuros y, en otros, con una vitalidad en cierto modo insospechada, imprescindible para comprender, desde la óptica de la larga duración, la construcción del Estado liberal y la implantación del capitalismo en nuestro país.

          Si las carencias de conocimiento sobre la España de Fernando VII son apreciables, resultan clamorosas en lo relativo a la persona del propio monarca y, aún más –como ha puesto de manifiesto su último biógrafo y excelente conocedor de su tiempo, el profesor Rafael Sánchez Mantero- si se intenta responder a una cuestión completamente pertinente: saber en qué medida Fernando VII contribuyó al cambio producido en España durante su reinado. Me atrevería a decir que en este punto todavía estamos muy lejos de “la verdad histórica”. Y ello se debe, en buena medida, a la ausencia de biografías bien documentadas sobre el monarca, como no dejan de señalar cuantos se ocupan de su reinado. La información sobre la vida de los reyes españoles de los dos últimos siglos es más bien magra y la disponible, salvo contadas excepciones, si no está seriamente salpicada por tintes hagiográficos, está orientada por una interpretación forzada, cuando no queda  trufada de multitud de datos inexactos y de confusas anécdotas insignificantes. Tratándose de Fernando VII esta constatación es palmaria.

          La trayectoria vital de este rey, cuya actitud personal ha sido caracterizada con agudeza y exactitud  por Ángel Martínez de Velasco como “de defensa embotada o de resistencia pasiva”, sumamente influenciable por su entorno, cuya infancia fue muy triste y estuvo controlada hasta la asfixia por eclesiásticos, campechano y brutal en su comportamiento personal y en el ejercicio de su poder, se desenvolvió en una permanente contradicción. Amado hasta la idolatría en 1808, como recuerda Mesonero Romanos, atento testigo de cuanto sucedía en Madrid, ha sido objeto, sin embargo, de los juicios negativos más severos y de las diatribas más agrias por parte de casi todos. El rey “deseado” y odiado por antonomasia, no ha encontrado defensores de su persona, ni siquiera entre los historiadores y ensayistas que han intentado ofrecer una interpretación benévola de la política de su tiempo y se han esforzado por justificar algunas de su decisiones como monarca. Tampoco las halló entre sus más íntimos, a juzgar por determinados testimonios, como los de sus propios padres o los de su primera esposa, Mª Antonia de Nápoles, que lo describió, en el momento de su matrimonio en 1802, como persona fea y sin gracia física o moral, bruto, rechoncho, de piernas curvas y voz aguda sumamente desagradable, antipático y completamente imbécil.  En mayo de 1808, cuando los españoles  se levantaron en armas para mantener su independencia,  la nación entera, como una sola voz –así quedó reflejado en todas las proclamas de las Juntas y en multitud de folletos y artículos periodísticos- se aglutinó en torno a él y lo convirtió en símbolo de la monarquía y en la personificación del Bien frente al Mal interior (el gobierno despótico de Godoy) y exterior (el tirano Napoleón) y, sin embargo, durante las escasas semanas en que había ceñido la corona no había dado prueba alguna, sino todo lo contrario, de buen gobierno. Fue rey constitucional y rey absoluto, de acuerdo con el momento político; su reinado está jalonado de golpes de Estado y de coyunturas trágicas y, a pesar de todo, en el momento de su muerte mantenía firme su autoridad, de modo que, como ha observado Jean-Philippe Louis, puede decirse que logró su objetivo vital básico: conservar el poder absoluto.

          En opinión de Carlos Seco, Fernando VII es “un caso único” entre los reyes españoles de los tres últimos siglos. Merece la pena desentrañarlo y explicarlo, así como cuanto ocurrió en su tiempo. El propósito de Hispania Nova consiste, sencillamente, en contribuir a ello, prestando especial atención a la investigación empírica, pues los archivos españoles (también muchos extranjeros, sobre todo los franceses, pródigos en noticias sobre esta época) están en buena medida por explorar.

Emilio La Parra López
Universidad de Alicante

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