|
HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea Fundada por Ángel Martínez de Velasco
Farinós
ISSN:
1138-7319 DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998
|
RECENSIONES
Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores. |
Alejandro Andreassi Cieri, «Arbeit
macht frei». El trabajo y su organización en el fascismo (Alemania e
Italia), s.l., El Viejo Topo/Fundación de Investigaciones Marxistas,
2004. Por Francisco Morente Valero (Universitat Autònoma de Barcelona) En
la últimas décadas, pocas cuestiones habrán merecido una atención
mayor por parte de los historiadores que el fascismo. Su estudio se ha
abordado desde múltiples perspectivas y atendiendo a los aspectos más
variados: desde sus orígenes a sus realizaciones, desde la ideología a
los movimientos y partidos, desde su función histórica a su incardinación
en el proceso de la historia contemporánea de la Europa occidental. Podría
parecer que nada queda por explorar, pero la continua aparición de nuevos
trabajos que lo tienen como objeto, así como la viveza y actualidad de
los debates en torno a su propia naturaleza y caracterización, indican
claramente que no sólo no se está ante un tema agotado, sino que por
largo tiempo va a seguir siendo objeto preferente del trabajo historiográfico.
El libro que aquí se reseña se sitúa de lleno en ese campo de estudio
y, al menos para el ámbito español –aunque me atrevería a decir que
en realidad lo desborda ampliamente-, resulta de una novedad que merece
ser destacada desde estas primeras líneas. El
profesor Andreassi nos propone un largo, denso y esclarecedor ensayo sobre
la que sin duda es una de las cuestiones fundamentales en el análisis de
cualquier sociedad históricamente considerada, a saber, la forma en que
se organizan las relaciones entre los seres humanos en función de su
posición en el proceso de producción de bienes y servicios. En
definitiva, las características que presenta el trabajo en una sociedad
determinada –en este caso, la fascista-, atendiendo no sólo a su marco
normativo –algo por lo demás suficientemente conocido y estudiado- sino
también a la fundamentación ideológica del mismo, su relación con
corrientes de larga trayectoria que, como el fordismo o el taylorismo,
planteaban una reorganización de los sistemas de producción en el marco
de la economía capitalista –y que iban mucho más allá del territorio
estrictamente del fascismo-, su adecuación a los presupuestos biologistas
propios del discurso fascista –pero compartidos por sectores políticos,
culturales y económicos que no se identificarían de entrada con él-, y
(sin que esta enumeración agote las miradas que nos propone el autor) su
funcionalidad a la hora de clasificar a los incluidos y excluidos del
proyecto de comunidad nacional de base racial que el fascismo propone.
Algunas de esas cuestiones han sido estudiadas antes por otros autores,
pero no hasta ahora integrándolas en una misma perspectiva de análisis.
Entre los muchos méritos del libro, ése sería probablemente el más
destacado: el ofrecer una propuesta de interpretación del fascismo a
partir de la forma en que sus dos variantes más destacadas, la italiana y
la alemana, organizaron el trabajo para hacer posible el éxito de la utopía
fascista. Como
toda obra ambiciosa, el libro ofrece mucho más de lo que su título
indica; prácticamente la mitad del texto se dedica a rastrear los temas
que son objeto de su estudio en la época inmediatamente anterior a la
irrupción y triunfo del fascismo. Las décadas finales del siglo XIX y
las primeras del XX, y muy especialmente los años de la Gran Guerra
constituyen el marco cronológico en el que se van incubando las
experiencias y teorías que van a provocar un cambio espectacular en las
formas de producción económica a partir, sobre todo, de los años veinte
del pasado siglo. Los dos primeros capítulos del libro se ocupan de
indagar en ese período, buscando los antecedentes de lo que será la
forma específica de organización del trabajo en el fascismo. En ellos se
muestra cómo en los años del cambio de siglo la burguesía alemana echó
mano de la ciencia con el doble propósito de, por una parte, asentar el
desarrollo capitalista en el marco de la segunda revolución industrial y,
por otra, justificar y legitimar el orden social existente en un intento
por frenar la por entonces aparentemente imparable movilización obrera,
encarnada en el movimiento socialdemócrata. La biología proveyó de
abundante material para este segundo cometido, y una determinada
interpretación del evolucionismo -el darwinismo social- permitió
teorizar que las desigualdades sociales no eran el resultado del modelo de
organización económica vigente, sino la expresión de la desigualdad
“natural” entre las personas. La argumentación se llevaba incluso más
allá, hasta el punto de impugnar no sólo los planteamientos de la
socialdemocracia sino el completo proyecto ilustrado, al señalar que
cualquier reformismo social impulsado por el Estado y que tuviese como
objeto beneficiario a las clases subalternas debía ser recusado, pues
siendo esa posición subalterna un resultado de la inferioridad biológica
de los individuos que las formaban, cualquier intento de protección
social de los mismos no contribuiría sino a la degeneración racial.
Socialdarwinismo, eugenesia, higiene racial, etc. serán elementos
centrales del debate cultural e ideológico que se sucede en Alemania en
los inicios del siglo XX, debate en el que intervienen figuras de la talla
de Max Weber (en este caso, para refutar las posiciones hasta aquí
esbozadas), lo que da una idea de la no marginalidad del mismo. De
forma paralela se produce la introducción en Europa (y muy especialmente
en Alemania) de las teorías que estaba desarrollando en los Estados
Unidos F.W. Taylor, y se difunden los nuevos métodos de producción
empleados por Ford en su fábrica de automóviles. El interés por estas
cuestiones fue compartido por empresarios y académicos, y dio lugar
incluso a la aparición de una nueva disciplina como la Arbeitswissenschaft
–Ciencia del Trabajo-, en la que se integraban tanto los principios
biologistas como la ergonomía propia de los planteamientos tayloristas
para alumbrar una nueva Organización Científica del Trabajo (OCT). En
paralelo se inició la construcción teórica de una deseable Arbeitsgemeinschaft
–Comunidad de Trabajo-, que integraría a empresarios y trabajadores de
una forma jerárquica -pero armónica-, lo que se justificaba con
criterios biologistas, señalando la superioridad genética de unos (los
empresarios) sobre los otros (los trabajadores). Como explica Andreassi,
se trataba de aprovechar el prestigio de la ciencia para justificar el
mantenimiento de las relaciones sociales existentes no sólo mediante
artificios jurídicos, como hasta entonces, sino especialmente mediante
principios científicos, lo que convertiría el orden social vigente en
algo natural e incontestable. La
Gran Guerra fue la oportunidad ideal para que cristalizaran las tendencias
biologistas y cientifistas de las tres décadas precedentes. El autor nos
explica no sólo cómo cambió el tipo de guerra en relación con
conflictos anteriores, sino hasta qué punto muchos de esos cambios (sobre
todo en lo referente al funcionamiento de los ejércitos) fueron la
aplicación a la guerra de los principios de la OCT, y cómo la
experiencia de la guerra aportó el material para nuevos avances en el
desarrollo de dichos principios, en un proceso cristalino de
retroalimentación entre ambos procesos. La guerra forzó cambios
importantes en la economía de los países combatientes (y se nos explican
con detalle para el caso alemán e italiano), pero también creó las
condiciones para la militarización de amplios sectores de la actividad
productiva, en los que se pudieron aplicar algunas de las técnicas
tayloristas (y, en un sentido amplio, de la OCT) a las que los sindicatos
se habían opuesto hasta entonces tenazmente, pero a las que en las nuevas
circunstancias no estaban en condiciones de responder. Alemania fue el país
donde todos estos procesos se dieron en mayor medida, y donde fue más
visible la alianza entre industriales, militares y elites académicas que
los impulsó; pero también en Italia son rastreables, y Andreassi lo
hace, situaciones semejantes. La
postguerra será el escenario en el que todos esos procesos van a alcanzar
la madurez, como se explica detalladamente en el III capítulo de la obra.
En Alemania, como es sabido, la revolución de 1918 da paso a una República
que se sustenta sobre el pacto entre sindicatos y patronal que puso fin a
la revolución a cambio de construir un estado democrático y con fuerte
contenido social. La aceptación del mismo por las clases dominantes fue
escasamente entusiástica, y siempre fue contemplado, en el mejor de los
casos, como un mal menor, de forma que los intentos para revertir la
situación y, en las versiones más suaves, limitar el reformismo social weimariano
empezaron de inmediato, como el putsch
de Kapp muestra sobradamente. Asentada mal que bien la República, los
empresarios consideraron que las compensaciones sociales que habían
tenido que hacer sólo podían ser afrontadas desde la generalización de
los principios de la OCT, que permitirían un considerable crecimiento de
la productividad sin aumento –así esperaban- de los costes laborales.
De hecho, la “racionalización” de la economía alemana durante los años
centrales de la década de los veinte responde en buena medida a ese
planteamiento. Los
años de Weimar son también aquéllos en los que el nuevo paradigma
cientifista se hace hegemónico. La sociedad pasa a ser analizada en términos
biológicos, y, desde las posiciones antirrepublicanas, el diagnóstico no
puede ser más pesimista. La sociedad alemana sería una «sociedad
enferma», necesitada de un tratamiento quirúrgico enérgico (como, se
decía, el aplicado por Mussolini en Italia). El discurso se impregna del
vocabulario médico: enfermedad, infección, contagio, degeneración,
tumor, amputación, etc.; los problemas sociales son interpretados como
trastornos de un organismo vivo y, así, pueden ser tratados con los
recursos de la ciencia; biólogos, médicos, higienistas, antropólogos...
van construyendo el entramado teórico que unos años más tarde va a
hacer posible el genocidio. Los años centrales de la República asisten
también al triunfo definitivo de los principios de la OCT, en el marco de
la “racionalización” de la economía alemana, y con el beneplácito
incluso de algunos dirigentes socialdemócratas y comunistas, aunque no de
las bases sindicales en las empresas, que denuncian cómo la OCT deteriora
las condiciones de trabajo, haciendo éste más alienante, incrementando
sus ritmos, aislando a los trabajadores y destruyendo los vínculos de
solidaridad horizontal, de clase, entre los obreros. Claro que esos
argumentos eran, junto con los beneficios económicos que proporcionaba,
los que hacían la OCT tan popular entre los empresarios. Andreassi
nos muestra cómo el debate sobre los principios de la OCT no se limitó a
la vertiente económica de la misma, sino que entroncó con quienes
reflexionaban sobre la necesidad de superar los conflictos de clase
mediante la creación de una Volksgemeinschaft,
una comunidad popular de base racial, jerárquicamente organizada, pero
donde el interés colectivo primaría sobre el individual, y no digamos
sobre el de clase. La OCT serviría precisamente para crear la Betriebsgemeinschaft
(comunidad de empresa), que vendría a ser una especie de Volksgemeinschaft en miniatura, y donde los intereses de empresarios
y trabajadores serían comunes, al tiempo que la posición de cada uno
dentro de la «comunidad» quedaría perfectamente definida, con los
empresarios en la cúspide de la escala jerárquica. La interiorización
por los trabajadores de la necesidad de su subordinación (por otra parte,
absolutamente «natural» -y aquí los principios del biologismo político
volvían a acudir en ayuda de los defensores de tales planteamientos) serían
la base de la estabilidad social, y la OCT era vista como un instrumento
eficaz para conseguir dicha aceptación por parte de los obreros. Tales
planteamientos fueron extendiéndose paulatinamente tanto entre las elites
empresariales como entre los medios académicos (especialmente los
vinculados a la llamada «revolución conservadora») y los sectores políticos
de la derecha nacionalista. Y por supuesto entre los fascistas. El autor
se preocupa de mostrar la dinámica política y el entramado de intereses
y connivencias entre determinados sectores empresariales y grupos políticos
(sin olvidar al Ejército) que llevaron a la crisis de la República de
Weimar, así como los que hicieron quebrar el estado liberal en Italia y
posibilitaron la llegada de los fascistas al poder. Es imposible,
evidentemente, intentar siquiera resumir aquí el análisis del profesor
Andreassi, pero sí se ha de señalar que el autor se sitúa entre quienes
consideran que no puede explicarse el ascenso del fascismo y su triunfo
sin atender a la complicidad que se estableció entre fascistas y sectores
poderosos del gran capital y del Ejército, así en Italia como en
Alemania. A rastrear y mostrar esas complicidades dedica buena parte de su
esfuerzo, y creo que con notable éxito. Estamos, sin embargo, ante un análisis
que nada tiene que ver con viejos esquemáticos ni rigideces doctrinales;
al contrario, lo que se nos propone es una lectura del antiguo debate
sobre las relaciones entre fascismo y capitalismo lleno de matices,
alejado del puro economicismo (aunque las cuestiones económicas tengan,
como es obvio en un ensayo sobre la organización del trabajo, un peso muy
importante) y enriquecido con las aportaciones que sobre la cuestión se
han hecho en los últimos tiempos desde campos no siempre suficientemente
atendidos por los historiadores como la filosofía política o la sociología,
sin olvidar el uso que se hace de literatura relacionada con la historia
de la medicina o con los avances de la genética, imprescindibles para
situar adecuadamente las propuestas biologistas que estuvieron en la base
de la ingeniería social del fascismo. En
la segunda mitad de la obra (capítulos IV y V), Andreassi profundiza en cómo
todas las tendencias que se fueron afinando durante el primer cuarto del
siglo XX (en los ámbitos aquí comentados: biologismo político, OCT, «racionalización»
económica...) encuentran en los estados fascistas el campo idóneo para
su definitiva cristalización. Hay una convincente explicación sobre cómo
el trabajo se convirtió, tanto en Alemania como en Italia, en un factor
decisivo a la hora de establecer la inclusión (o la exclusión) de los
individuos en la comunidad nacional. Cómo el trabajo servía al tiempo
como fórmula para aumentar la cohesión social y como castigo para
quienes mostraban actitudes que ponían en peligro dicha cohesión (y que
eran condenados a campos de trabajo forzoso, como el que se crea en Dachau
ya en 1933). El trabajo era, así, tanto elemento de integración en la Volksgemeinschaft
como forma de castigo de las conductas consideradas «asociales». En el
contexto de las dictaduras fascista y nazi, la implantación de los
principios de la OCT pudo hacerse sin apenas resistencias (dada la
liquidación previa que se había hecho de las organizaciones políticas y
sindicales de izquierda), lo que permitió importantes incrementos de la
productividad con escaso o nulo crecimiento de los costes laborales, y,
consiguientemente, un espectacular aumento de los beneficios
empresariales. El deterioro de las condiciones laborales y salariales de
los trabajadores se compensaba con una oferta de prestaciones
asistenciales (como los que proveían programas como el Dopolavoro
italiano o la Kraft durch Freude
alemana) y con recompensas de tipo simbólico, entre las que no era la
menor la de sentirse integrado en la comunidad nacional y libre de las
miserias que caían sobre los excluidos, cuya buscada visibilidad perseguía
precisamente contribuir a hacer más patentes los beneficios derivados de
la inclusión, pero también lo fácilmente que podía cruzarse la línea
de la exclusión si se mostraban tendencias o comportamientos considerados
«asociales». Todo ello se produjo, y así lo muestra el autor, en el
marco de una comunidad de intereses y de objetivos entre la dirigencia
fascista y las elites empresariales, que no se rompió ni cuando (en el
caso alemán, muy especialmente) la política económica
empezó a apuntar claramente hacia la preparación de una guerra a
gran escala, ni cuando ésta finalmente se desencadenó. De
hecho, la guerra fue la que posibilitó, en opinión de Andreassi, que lo
que se había ido gestando en los años anteriores apareciese ya sin máscara
alguna. Las formas de organización del trabajo implantadas durante los años
veinte y treinta alcanzaron durante la guerra su madurez. Pero también su
formulación más extrema y terrible. El trabajo forzoso que, como se ha
dicho, se había utilizado como instrumento para disciplinar a la clase
trabajadora fue elevado a la categoría de normal, y las empresas
alemanas, sin que nadie las obligara, recurrieron sin escrúpulos y a gran
escala a la mano de obra forzosa que se obtenía abundantemente en los
territorios ocupados, tanto con prisioneros de guerra como con personal
civil. Es aquí donde la colaboración entre el estado nazi y las grandes
empresas alcanza su punto culminante, en cualquier sentido en que la
relación entre ambos se considere. Pero donde se produce la mayor abyección
es en el uso de la mano de obra esclava –término que utiliza el autor,
con absoluta justeza- que proveían las SS y que se obtenía en los guetos
y en los campos de trabajo y/o exterminio, y que estaba constituida
mayoritariamente (aunque no en exclusiva) por trabajadores judíos. El
genocidio formó parte de un plan fundamentado en delirantes teorías
raciales, pero tuvo además una vertiente económica que lo hace, si cabe,
aún más estremecedor. Lo que aquí se ha comentado no agota ni de lejos la enorme cantidad de
sugerencias y reflexiones de este libro. Un libro imprescindible para
conocer la naturaleza del fascismo y que constituye una contribución
notable a la cada vez más frecuente participación de los historiadores
españoles en el debate historiográfico en torno al fascismo y su época.